lunes, septiembre 05, 2011

¡SERVIDOR;O SERVIDO!

Pero Jesús los llamó, y les dijo:

Como ustedes saben, entre los paganos hay jefes que se creen con derecho a gobernar con tiranía a sus súbditos y los grandes hacen sentir su autoridad sobre ellos. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás, y el que entre ustedes quiera ser el primero deberá ser el esclavo de los demás”. (San Marcos 10:42-44)

Sin lugar a dudas uno de los aspectos más conflictivos, en lo que a relaciones humanas se refiere, es la competencia por ocupar una posición de autoridad con respecto a los demás. No faltan hoy en día técnicas y métodos que enseñan a influir sobre las personas y obtener resultados que alimentan el ego. Las motivaciones pueden ser muy variadas: buscar una mejor imagen personal, afirmar la propia identidad, imponer criterios personales, cubrir sentimientos de culpa o de subestimación, orgullo, celos, envidias u otros más nobles como demostrar amor y deseos de servir a la gente, etc. etc.

Los conflictos y luchas por el poder están reflejados patética y elocuentemente en nuestra historia con resultados, en muchos casos, catastróficos para quienes terminan siendo víctimas de la intolerancia, el autoritarismo, el despotismo y el atropello. Sin lugar a dudas el uso y abuso de la autoridad es causa de muchos problemas, no sólo en el seno de los pueblos, sino también en la comunidad cristiana.

Estas situaciones y otras parecidas son descriptas en el relato bíblico con total realismo donde personas como nosotros evidencian su grado de humanidad, de debilidad, de contingencia y falta de conocimiento de la voluntad de Dios. Los hombres y mujeres de la Biblia son presentados tal como son, sin aureolas ni imágenes disfrazadas por los escritores sagrados, tal el caso de Jacobo y Juan en el pasaje mencionado más arriba.

Mientras Jesús se dirigía a Jerusalén, sus discípulos caminaban con él asombrados (Mc. 10:32) y seguramente atemorizados por lo que podría pasar. Ellos necesitaban ampararse bajo la figura de Jesús. Sabían de su autoridad, de su influencia, de su firme decisión de llegar a Jerusalén. Santiago y Juan percibieron la importancia que tenía una eventual entronización de Jesús. Vieron la oportunidad del puesto, de la ubicación privilegiada, del ascenso rápido, sin mayores sacrificios. En el contexto actual diríamos “oportunismo político” para ocupar un cargo. Valerse de la influencia de un líder para ser alguien en la vida.

Pero Jesús tenía una claridad meridiana sobre los métodos adecuados para ocupar un buen lugar en el reino de Dios y ser reconocido por la gente. Los gobernantes de las naciones se sienten con derecho a gobernar con tiranía, esto es: usar la fuerza para obtener obediencia, imponer el temor para hacer dóciles a los súbditos, aplicar con rigor las leyes para obtener reconocimiento. Estar detrás de la gente con el látigo para hacerlos avanzar. Usar influencias y poderes ajenos para obtener autoridad y ganar posiciones. Aunque los mismos discípulos de Jesús apreciaron directamente el enorme atractivo que él tenía, no terminaron de comprender que su autoridad estaba basada en su estilo de vida, en su carácter, en cada palabra que pronunciaba, en sus gestos, en sus actitudes y también en su origen divino. Con toda claridad, este episodio nos enseña que en la comunidad de Jesús el valor del servicio es determinante para obtener un primer plano.

Cuando Juan y Jacobo reclamaron una posición de privilegio, Jesús les dijo: “-Ustedes no saben lo que piden…”. Entre ustedes las posiciones privilegiadas y la autoridad no llegan por nombramiento, ni por influencias, ni por la fama, ni por la fachada, ni por la antigüedad, ni por el título, ni por el tono de la voz, ni por ninguna otra cosa que no sea SERVIR a los otros. Tan sólo la galante vestimenta del “siervo” lo hace apto para ocupar una posición de autoridad en la comunidad de Jesús, la iglesia, su iglesia. Cualquier otra atribución para ocupar ese sitio creará conflictos y está fuera de lugar. Ni aún el mismo Hijo de Dios vino para ser servido, sino para servir y dar su vida como rescate por muchos.

Jesús nos llama a no sobrevalorar nuestros balcones, sillones, púlpitos y todo símbolo de poder que nos aleje del servicio a la gente para dedicarnos a ser “siervos” de nuestro próximo, de nuestros hermanos. Un servicio que se concreta, no en las palabras, sino en las actitudes, en los gestos, en la entrega por el bien de los otros. Quienes asumen la posición de “siervos” asumen al mismo tiempo autoridad para dirigir, guiar, apacentar, enseñar, exhortar, etc. sin tiranía. Dios nos dé gracia y sabiduría para no olvidar nunca estos principios que mantendrán a salvo a la comunidad cristiana, a “su” iglesia, de las luchas que significa competir en lugar de servir.

Dios Nos Bendiga

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