domingo, junio 10, 2012

¿QUIERES SABER,COMO ENCONTRAR A DIOS?

Palabras de inspiración para quienes se encuentran desorientados en su búsqueda de Dios. 
¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! 
Yo iría hasta su silla. 
Expondría mi causa delante de él, 
Y llenaría mi boca de argumentos. 

Job 3:4 

"En medio de su extrema adversidad, Job clamó al Señor. El deseo vehemente de un hijo afligido de Dios es ver el rostro de su Padre una vez más. 

Su primera oración no es, '¡oh, que pudiera ser curado de la enfermedad que ahora encona todo mi cuerpo!'. Ni siquiera es, '¡oh, que pudiese ver a mis hijos arrebatados de las fauces del sepulcro, y mi propiedad recuperada de las manos del despojador!'... 

Mas su primer y más predominante clamor es, '¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios! Yo iría hasta su silla'. 

Los hijos de Dios corren a su hogar cuando se aproxima la tormenta. El instinto nacido del cielo de un alma que posee la gracia, es buscar refugio de todos los males bajo las alas de Jehová. 'El que ha hecho de Dios su refugio' podría servir como el distintivo de un verdadero creyente. 

Un hipócrita, sin embargo, cuando siente que ha sido afligido por Dios, resiente el castigo, y, como un esclavo, quisiera huir del amo que lo ha flagelado. Pero no sucede así con el verdadero heredero del cielo. Él besa la mano que lo golpeó, y busca protegerse de la vara en el seno de ese mismo Dios que le miró con ceño. 

Ustedes podrán observar que el deseo de comunión con Dios se intensifica cuando fracasan todas las otras fuentes de consuelo. 

Cuando Job vio al principio a sus amigos a la distancia, pudo haber albergado una esperanza de que su amable consuelo y su compasiva ternura mitigarían la agudeza de su dolor; pero al poco tiempo que comenzaron a hablar, Job clamó en amargura: 'Consoladores molestos sois todos vosotros'. 

Ellos pusieron sal en sus heridas, y derramaron combustible sobre la llama de su aflicción; agregaron la hiel de sus recriminaciones al ajenjo de sus dolores. Una vez anhelaron bañarse al sol de la radiante sonrisa de Job, y ahora se atrevían a cubrir de sombras su reputación, de manera poco generosa e inmerecida. 

El patriarca se apartó de sus apesadumbrados amigos y miró a lo alto, al trono celestial, de la misma manera que el viajero se olvida de su cantimplora y se dirige con premura al pozo. Dice adiós a las esperanzas terrenales y clama: ' ¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!'. 

Es además digno de observación que, aunque un buen hombre se apresura a Dios en su aflicción, y corre con mayor velocidad por causa del desamor de sus semejantes, sin embargo, algunas veces el alma que posee gracia, permanece sin la confortable presencia de Dios. 

Este es el mayor de los dolores; el texto es uno de los grandes gemidos de Job, mucho más profundo que cualquier otro que hubiera proferido por causa de la pérdida de sus hijos y de su propiedad: ' ¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!'. La peor de todas las pérdidas es perder la sonrisa de mi Dios. 

Job conoció de antemano un poco de la amargura del clamor de su Redentor: 'Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?'. La presencia de Dios siempre está con su pueblo en un sentido, en lo concerniente a sostenerlos secretamente, pero no siempre goza de su presencia manifiesta. Como la esposa del Cantar de Los Cantares, por las noches busca en su lecho al que ama, y no lo halla; y aunque se levante y recorra la ciudad no puede encontrarlo, y la pregunta puede repetirse una y otra vez: '¿Habéis visto al que ama mi alma?'. 

Hazme saber, oh tú a quien ama mi alma, 
Dónde apacientas, dónde sesteas al mediodía; 
Pues ¿por qué había de estar yo como errante 
Junto a los rebaños de tus compañeros? 

Cantar de Los Cantares 1:7 

El alma que posee gracia se entrega con un doble celo a encontrar a Dios, y eleva al cielo con mayor frecuencia y fervor, sus gemidos, sus súplicas, sus sollozos y sus suspiros. '¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!'. 

...Mi alma hambrienta atravesaría paredes de piedra, o escalaría las murallas almenadas del cielo para llegar hasta su Dios, y aunque hubiesen siete infiernos entre Él y yo, me enfrentaría a las llamas si pudiera llegar a Él, sin sentirme intimidado si sólo tuviera la probabilidad de estar al fin en su presencia y sentir el deleite de su amor. Me parece que ese es el estado mental en el que Job pronunció las palabras ante nuestra consideración. 

...Parecería que el fin de Job al desear la presencia de Dios, era poder orar a Él. Había orado, pero necesitaba orar en la misma presencia de Dios. 

Él deseaba argumentar delante de alguien que sabía que le oiría y le ayudaría. Anhelaba exponer su propio caso delante de la silla del Juez imparcial, delante del propio rostro del infinitamente sabio Dios; él quería apelar la injusta sentencia emitida por sus amigos en los tribunales inferiores, y hacerlo ante la Corte Suprema de Justicia del Rey, la Corte Suprema del cielo, y allí, decía Job: 'Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos'." 

Job, logra su cometido después de invocarlo desde lo más profundo de su corazón, Dios lo interpela desde un torbellino con palabras de luz y de reprensión (caps. 38-39): 

¿Quién es ése que oscurece el consejo 
Con palabras sin sabiduría? 
Ahora ciñe como varón tus lomos; 
Yo te preguntaré, y tú me contestarás. 

Job 38:2-3 

Se establece un diálogo, un encuentro. Y finalmente, Job hace un verdadero descubrimiento que se ve reflejado en estas palabras: 

Yo conozco que todo lo puedes, 
y que no hay pensamiento que se esconda de ti. 
¿Quién es el que oscurece el consejo sin entendimiento? 

Por tanto, yo hablaba lo que no entendía; 
cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía. 
Oye, te ruego, y hablaré; 
Te preguntaré, y tú me enseñarás. 

De oídas te había oído; 
mas ahora mis ojos te ven. 
Por tanto me aborrezco, 
Y me arrepiento en polvo y ceniza. 

Job 42:2-6 

Es imposible decirlo de otra manera, con tanta exactitud y belleza, 'De oídas te había oído; 
mas ahora mis ojos te ven'. Job encontró su tesoro... Job encuentra a Dios en la invocación más profunda. Cuando lo invoca, allí establece un altar, y el verdadero altar no es otra cosa que el corazón del hombre. 

Cuando invocamos la presciencia de Dios, por la fe nuestro corazón es poseído por Él, y nuestros ojos verdaderamente lo ven. Se torna en realidad para nosotros, es parte de nuestra vida, es la vida misma. 

"Descubre tu presencia, 
y mátame tu vista y hermosura; 
mira que la dolencia 
de amor, que no se cura 
sino con la presencia y la figura"( Versos de Juan de La Cruz ) 

Dios Nos Bendiga 

Orita Ruth