sábado, julio 11, 2020

"PORTADOR DE LA GLORIA DE DIOS"


Una de las tardes en la que estaba orando
 (me gusta orar al atardecer) me vino a la mente la siguiente frase: Portadores de su gloria; y como no podía seguir orando sin  olvidarme de ella,
(de la frase)
no tuve más remedio que tomar papel y pluma y anotarla, para que no se me olvidara y seguir orando.
Una vez terminado mí tiempo de intimidad con el Señor, sentándome delante del papel en que había anotado la frase mencionada, le pregunté al Señor:
¿Señor quieres decirme algo? Ya que en más de una ocasión el Señor se ha dirigido a mí de esa manera. Así que comencé preguntándome (a pesar de saberlo) que es o más bien, que se supone que es un portador.
Así que recurrí entonces al diccionario para saber a ciencia cierta, que era un portador, siendo la definición que se aplica a este vocablo la siguiente:
Portador.-= El que lleva en sí cierta cosa o lleva algo de un sitio a otro.
Al igual que
(según también el diccionario) la definición de gloria, es la siguiente:
Gloria.-= Es la fama, el honor y la reputación que se obtiene gracias a los grandes logros o las buenas acciones. Aplicándose también a la persona que ennoblece o engrandece a otro sujeto o a un grupo.
Por lo tanto, entendí que en este caso, un portador de gloria, es alguien que lleva al habérsela cedido, la gloria de otro.
Así que, seguí indagando, pero no ya en un diccionario, sino en La Palabra de Dios y en concreto en el
capítulo 17 de evangelio de Juan.
 Porción de La Palabra donde se nos relata la oración que Jesús elevó al Padre por sus discípulos y que al leerlo, comprendí todo el sentido de la frase (portadores de su gloria) que me tenía “en ascuas” al considerarla algunos, incluso yo mismo, como “una frase hecha”

…Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.
No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.
Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.
Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú,
oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
La gloria que me diste,
yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.
 Juan, 17:14-24
Al leer esta porción de
 La Palabra de Dios, quedé impactado, y no porque no la hubiese leído con anterioridad, sino porque en un instante, comprendí que es lo que quería decirme el Señor;
 y no solo a mí, sino a todos los que han creído el evangelio.
Resulta que el Señor Jesús, antes de pasar por la cruz, y de la misma manera que el Padre le envió al mundo, él envía (comisiona) también a sus discípulos;
y que la gloria que el Padre le dio, se la da también a sus discípulos.
 Les envía y les da su gloria, a la vez que les ennoblece, así de simple, pero de una trascendencia inimaginable.
Por lo tanto cada uno de los que han creído en
 La Palabra de Dios,
 es decir en Jesucristo, como Salvador y Señor, es un portador
(uno que lleva algo)
 de la gloria
 (Fama, Honor y Gloria de Jesucristo.)
Cuando asumí esto, acaeció algo en mí que no puedo explicar con palabras; fue algo así como una transformación.
 Sentí que sin buscarlo ni merecerlo, la fama y la reputación de Jesucristo, estaban en mí, simplemente porque el Señor así lo quiso.
A la vez que comprendí la responsabilidad que esto trae
El Señor, como discípulos suyos que somos, nos ha hecho portadores de su gloria, para que vayamos donde vayamos, manifestemos el carácter de Nuestro Señor Jesucristo. Carácter que debe translucirse a través de nuestras palabras, nuestra conducta y nuestra fe, para que el mundo crea.
Porque de eso es de lo que se trata, de que el mundo crea en la obra redentora de Nuestro Señor Jesucristo.
No somos portadores de su gloria, para engrandecernos ni para vanagloriarnos, y menos aún para enseñorearnos de los demás, sino para mostrar el carácter de Cristo en nosotros. Mateo 11:29-30
Porque ser portador de su gloria, implica cargar sobre nuestras (espirituales) espaldas, todo el amor, honra y gloria que el Padre volcó sobre su Hijo.
Porque no os hemos dado a conocer el poder
 y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.
Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía:
Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia.
2ª Pedro, 1:17
Y que, Jesucristo a su vez, volcó sobre nosotros; si es que somos uno de sus discípulos.
 Juan, 13:35
Si es así, si eres uno de sus discípulos, levanta tu cabeza, no con jactancia, sino con humildad; pero con la seguridad y la certeza de poder decir igual que san Pablo:
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
 Fil. 4:13
Que la Gloria sea siempre para nuestro Dios.

 Orita Ruth 🔥